A raíz de este artículo en El País me preguntaban: «¿ese bebé está realmente gordo? Está suscitando mucha polémica en mi timeline«. Revisando el artículo y leyéndolo varias veces no veía el por qué de la discusión. Es una crítica y válida, además.
Hasta llegar a los comentarios. Ah, la opinología.
Por el principio, ¿se presenta en esta imagen a un bebé con obesidad?
Lo siento, pero no lo sé.
Quiero creer que no, pero no lo sé. Por varias razones: Porque ¿cómo se está alimentando?, en segundo lugar, ¿qué edad tiene?, ¿cómo son sus percentiles?; continuando, ¿podría haber sido modificada la imagen porque se relacione bebé con muchos pliegues con bebé saludable?
Es como decir: Esta persona con un IMC de 27, ¿presenta sobrepeso? Pues, ¿cómo es la persona? ¿Es más alta, más baja?, de ese peso, ¿cuánto representa el músculo o la grasa? «Diagnosticar» con un único factor no es realista, a no ser que sea algo clarísimo. Habitualemente será opinología.
Además. Un bebé humano al nacer tiene uno de los porcentajes de grasa más altos del reino animal, sobre el 14% del peso total. Y hacia los nueve meses pasa a situarse entre un 25 y un 27%. Todo por mantener y desarrollar el cerebro (referencia). Al final, los pliegues en un bebé durante sus dos primeros años de vida son normales e incluso buen indicador. Pero, ¿más es mejor? Claro que no.
¿Calma y sensatez, pues? ¿Los bebés no tienen obesidad?
¿Quiere decir esto que un bebé no pueda presentar obesidad u otras complicaciones relacionadas con malos hábitos dietéticos?
Para nada. De hecho, en Septiembre de 2015 saltó a la palestra el diagnosticó del caso de debutaje en Diabetes Mellitus Tipo II más joven de la historia: una niña de tres años en Texas. Teniendo en cuenta que la DMTII está relacionada con la resistencia a la insulina, obesidad y malos hábitos (por eso es la «Diabetes del adulto», con una media de población al diagnóstico de 45 – 55 años) esto es muy, muy grave. Pero esto no es viral, ¿no? Y la opinología sobre si el bebé en una foto puede tener dos o tres pliegues, sí. Y los casos en la infancia aumentan, mientras baja la edad media de diagnóstico en adultos (20 años en la última década).
Y es que en los últimos años también nos hemos pasado en nivel Deidad el peso al nacer. Si un bebé al nacer con más de cuatro kilos ya tiene problemas para la madre (macrosomía fetal, con riesgo de hemorragia en el canal del parto) y para la salud inmediata y futura del bebé, ¿qué tal 8.7 kg? ¿Y 6.2kg? O 6.1kg. Alrededor del globo, la tendencia es la misma. Y la obesidad también es una enfermedad marcada por malos hábitos dietéticos.
Un momento, ¿malos hábitos dietéticos? ¿Un bebé o una niña de tres años? ¿Son malos sus hábitos o los que se le han impuesto? Porque los hábitos a esa edad no existen, son los padres.
No seré yo quien empiece la polémica pero en 2007 y 2009 se amenazaba a distintas familias con retirarles la custodia de un niño con obesidad mórbida extendida y vigilada durante varios años. Porque poner en riesgo la salud y la calidad de vida de alguien no es bueno, es nocivo; y no conocer el riesgo no exime de la responsabilidad del delito.
¿Casos aislados?
Puede que ahora sea infrecuente, pero seguramente en el siglo XX era algo impensable. Si se registra al principio del siglo XXI. ¿Cómo llegaremos a mediados de este siglo? ¿Y al final?
El problema es pensar que los casos aislados son sólo eso. Quizá es que, al final, lo poco común se hará normal y sólo reaccionaremos radicales.
Mientas sigamos detectando DMTII en la primera infancia y viendo nacer bebés con más de 6 kg, seguid discutiendo sobre los dos o tres pliegues de los bebés. Porque mientras que unos son a causa de desastrosos hábitos y su consecuencia serán nefastas condiciones de vida, ¿no os parece que tiene un hoyuelo muy mono en la muñeca?
javi36
Leí el artículo en El País, y lo cierto es que la parte de comentarios se tornó, como suele ocurrir, en desagradable. Yo he llegado a una conclusión, y es que a la gente le molesta mucho, pero que mucho, que les digan que están haciendo algo mal. Que eso que pensaban que era genial, pues no lo es. Y creo que focalizan mal su enfado. Deberían enfadarse con quien les convenció de que sí estaba bien. No contra quien les advierte de su error.
Desgraciadamente, el «por una galleta» no pasa nada está a la orden del día, por poner un ejemplo. Claro, por una no. Por una por la mañana, otra por el medio día, otra por la tarde, y otra por la cena, con un año de edad, durante todos los días de su vida, pues igual sí que pasa. Pero si no le das galletas, eres un rarito. Lo que tú has dicho, lo poco común se toma como normal, lo que se viene haciendo en los últimos años es «de toda la vida» (ejem, toda la vida es remontarse, si se quiere, hasta el neolítico y más allá, no a los últimos 25 años), y hay que seguir la corriente. O no, que cada uno decida, pero con información veraz.
Comocuandocomo
Hola Javi, ¡gracias por pasarte a comentar!
Tienes toda la razón. Es, en parte, orgullo. En Nutrición especialmente ocurre mucho: es más fácil engañar a alguien que convencerle de que le han engañado.
Es uno de nuestros retos; ese, y conseguir credibilidad frente a otros sanitarios que caen en la opinología basada en creencias ideológicas, en lugar de en Nutrición basada en la evidencia. La principal afectada durante varias generaciones fue la lactancia materna, hoy día entendida ya por todas y todos como básica e inamovible, fue muy dejada de lado por pudor y otras creencias del estilo. Este pudor y estas creencias aún perduran y tenemos «mi primer(a)… [Introducir cualquier producto comercial con merchandising brutal y colores azul claro o rosa]».
Desde luego, no culpo a nadie de creérselo. Es más, lo raro es no hacerlo. Pero claro, si luego cuando podemos ser corregidos por gente que se dedica a eso y los enfados los tomamos mal…
En fin. El trabajo del día a día. A divulgar, que así llega a más gente.
De nuevo, ¡gracias por tu comentario!